La jura de tres nuevas ministras expuso de manera descarnada la distancia entre los ciudadanos y los que mandan. Juntos por el Cambio: entre la discusión por las tomas de tierras y el hijo de Bolsonaro
Fueron más de 30 aplausos en un acto de menos de 20 minutos: algunos, verdaderas ovaciones; otros, tibios reconocimientos. La jura de las tres nuevas ministras expuso de manera descarnada la distancia entre un gobierno que se aplaude encima y una sociedad cada vez más angustiada y golpeada por una crisis que muerde con ferocidad, día a día, su calidad de vida.
El presidente Alberto Fernández organizó un acto con más de 400 personas que se convocaron detrás de la Casa Rosada para festejar un recambio en el Gabinete parido a la fuerza por las tensiones insoportables que sacuden a la coalición del Frente de Todos. Cada una con su hinchada, Raquel “Kelly” Kismer de Olmos juró como ministra de Trabajo, Ayelén Mazzina, en el Ministerio de la Mujer, Géneros y Diversidad; y Victoria Tolosa Paz, en Desarrollo Social.
Llegan a sus cargos, respectivamente, porque Claudio Moroni decidió cuidar su salud y dijo basta a la presión del fuego amigo; porque Elizabeth Gómez Alcorta encontró su límite en la represión a la violencia mapuche; y porque “Juanchi” Zabaleta entendió que si no volvía a su distrito, Hurlingham, lo perdía irremediablemente en manos del camporismo.
En primera fila del acto estaban Eduardo Wado De Pedro, el ministro del Interior, y el funcionario bonaerense Andrés “El Cuervo” Larroque. Son el filo y canto de la espada cristinista. La vicepresidenta, que sigue con preocupación creciente las alternativas de la economía -sobre todo la inflación, que se espera que hoy el Indec ubique algo por encima del 6%- le arrebató a Alberto Fernández ministros clave. Dejó trascender el malestar por difundir que no iba a consultarle los reemplazantes. No tanto por hacerlo, sino por promocionar ese inopinado arrebato de autonomía.
“El que saca no pone”, solía decir Néstor Kirchner para describir los recambios ministeriales, recuerdan viejos políticos que caminaron los primeros años, cuando todavía eran Frente para la Victoria. Convencido de contar con espaldas para desafiar a la vicepresidenta, Alberto Fernández puso en el cargo a tres mujeres que, entre sus pergaminos, sobresalen la ausencia de vínculos con ella.
Pero en esa desconexión de los aplausos al viento, el Gobierno no está solo. La oposición también se encuentra en un momento de aguda desorientación y de creciente internismo. Lo pudo comprobar Eduardo Bolsonaro, el hijo del presidente de Brasil que vino a Buenos Aires y comió asado en Puerto Madero con dirigentes de “la derecha”, algunos libertarios, pero varios de Juntos por el Cambio.
Llegó a un país donde, mientras detrás de la Casa Rosada los políticos se aplauden, la sociedad identifica entre los principales problemas la inflación, la corrupción, las deficiencias del propio sistema político y la inseguridad, según la última encuesta de la consultora Fixer. Son dramas que no tienen respuestas y que, en casos como la inflación, le pegan por igual al que votó oficialismo como oposición.
Cristina Kirchner ya envió señales concretas de que quiere apurar medidas que recompongan más rápido los ingresos y que paren de una manera abrupta la inercia inflacionaria. A su lado lo tradujeron como congelamiento y bono de fin de año. Reconoce la gestión de Sergio Massa para evitar un colapso, “el abismo”, pero demanda cambiar rápido de agenda.
Internas de la oposición
Las discusiones sordas entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich tuvieron un round inesperado por la aprobación de la ley que suspende por 10 años los desalojos de terrenos tomados en barrios populares. Es una iniciativa que votaron tanto el kirchnerismo como Juntos por el Cambio: “Si sos okupa, no te pueden embargar. Si pagás impuestos y alquilás una propiedad, te destruyen. No entiendo, ¿a quién defendemos? Esto hay que explicarlo”, planteó la presidenta del PRO.
La que le salió al cruce fue una ministra de Larreta, María Migliore: “Patricia, nuestro espacio siempre se propuso como norte resolver los problemas de Argentina. La ley que sacamos en 2018 para la integración de los barrios populares viene a dar respuesta a 5 millones de personas que viven en condiciones de extrema vulnerabilidad y salió con el consenso de todo el espacio”.
Migliore no es una librepensadora. La respuesta marca una decisión de Rodríguez Larreta de endurecerse frente a una Patricia Bullrich que, sin obligaciones de gobierno ni gestión, no ahorra críticas contra sus socios o adversarios. Larreta, al mismo tiempo que confirmó su noviazgo con Milagros Maylin, reiteró que su decisión de ser candidato no va a depender de Macri y que está dispuesto a enfrentarlo.
A diferencia del jefe de gobierno porteño, Patricia Bullrich sabe que su candidatura se fortalece con Macri y no en su contra. Un mensaje de ese alineamiento lo dio con el incipiente acuerdo con Jorge Macri para apoyar su candidatura a jefe de Gobierno. El ex presidente ya dijo que su candidato en CABA es su primo, confirmando que defenderá de manera personal el bastión donde comenzó su carrera política.
En esa lógica, de aproximación para un acuerdo definitivo, se inscribe la foto del bullrichista Juan Pablo Arenaza con Jorge Macri. Es el mismo legislador que amaga con poner en aprietos la aprobación del presupuesto 2023, el año de todas las campañas. Es una amenaza que se agranda: la oposición estuvo esta semana a un voto de sesionar para la derogación del impuesto en las tarjetas.
El jefe de Gobierno porteño, mientras tanto, se muestra con Martín Lousteau, el candidato a sucederlo por los radicales de Evolución. Guerra de guerrillas.
Pero essos escarceos entre los dos presidenciables del PRO no son los únicos. Facundo Manes, el radical que quedó en el ojo de la tormenta por decir que en el gobierno de Mauricio Macri hubo espionaje ilegal y supuesto “populismo institucional”, se quejó de la reacción que hubo a esas definiciones: “Me salió a matar un sistema coordinado”, dijo.
Aunque la frase que más impacto causó del último reportaje de Macri fue que su esposa “Juliana no quiere que sea candidato”, tuvo una importancia clave otra con la que buscó dar una señal hacia el interior de la oposición: “Le recomiendo a nuestros dirigentes que utilicen el tiempo para hablar de sus proyectos, no para hablar de los que compiten. Así les aseguro que no suman un solo voto, pierden votos. Cada vez que agreden a uno de la coalición, pierden votos”.
Es que las diferencias entre Macri, Larreta, Bullrich y Manes se agudizan mientras de “los problemas de la gente”, nadie se ocupa. “No va a haber un plan macroeconómico en el corto plazo. Puede haber congelamiento de precios y bono de fin de año. Quizás hasta que termine el Mundial o diciembre alcance, pero se necesita un programa serio”, explicaba uno de los economistas que elabora informes para políticos y empresarios.
Alfonso Prat Gay encendió una luz de alerta que, durante toda la semana, ninguno en el kirchnerismo ni en Juntos por el Cambio retomó: “‘Ustedes no hagan nada; que el ajuste lo haga el próximo gobierno’. El FMI le pide al Frente de Todos que mantenga el déficit (exCOVID) en 1,9% en 2022 y 2023. Y al próximo gobierno, un superávit de hasta 1,3% (un ajuste de 3,2% del PIB)”.
Es un condicionante dramático para el futuro, pero la gestión suele ser ese ratito que tienen los políticos entre campaña y campaña.
Un brasileño de campaña
Eduardo Bolsonaro -diputado nacional brasileño e hijo del presidente Jair Bolsonaro que enfrenta una adversa segunda vuelta ante Lula Da Silva- cenó anoche en Puerto Madero con dirigentes políticos de Juntos por el Cambio, liberales y libertarios. Estuvieron Miguel Ángel Pichetto, Francisco Sánchez, Dina Rezinovsky y Joaquín de la Torre, de Juntos por el Cambio; Ramiro Marra y Nahuel Sotelo, de los libertarios de Javier Milei; y Carolina Píparo, del partido de José Luis Espert, entre otros.
Bolsonaro vino a Buenos Aires para hacer campaña a favor de su padre, mostrando aquí los efectos de lo que a su juicio es “la política del socialismo”. Para tratar de convencer a los indecisos de cara al balotaje, el hijo del presidente brasileño buscó comparar a Lula con Alberto Fernández: “Brasil no será Venezuela ni Argentina”, afirmó.