El hombre es de Mburucuyá, un pueblo de Corrientes, pero se crió con su abuela en el campo y no fue a la escuela. Muchos años después de haber llegado a Buenos Aires, una clienta le propuso darle clases y él aceptó. Ahora, quiere ir a la primaria.
A los 56 años, Alberto logró mandarle el primer mensaje escrito a su madre: “Querida mamá. Te escribo esta carta para saludarte. Espero que estés muy bien. Estoy aprendiendo a escribir. Te mando un beso y un abrazo. Tu hijo querido, Alberto”.
Es el tercero de seis hermanos. Nació en Mburucuyá, un pueblo de Corrientes, pero se crio con su abuela en una pequeña chacra en el campo. Se dedicó al ordeño y la siembra desde los seis años, luego trabajó como albañil en el pueblo desde los 17, pero nunca fue a la escuela.
Tenía 19 años cuando decidió mudarse con su hermano mayor a Buenos Aires, atraído por las historias de la Capital. Quería trabajar, pero no imaginaba que desprenderse del campo sería tan difícil.
La inmensidad y el ritmo de la Ciudad lo abrumaban. “Fue duro para mí porque no me hallaba”, aseguró. Lloraba todas las noches, no podía dormir, “extrañaba todo”. “Mi hermano salía a trabajar y me quedaba solo. Si salía a caminar, me perdía”, recordó Alberto en diálogo con TN.
Se desorientaba porque no sabía leer, hasta que aprendió a ubicarse con edificios característicos, como marcas en un mapa. Así logró volver a su pensión en Chile y Pichincha un día que intentó ir a conocer Once. “Cuando te perdés, te empezás a desesperar”, aseguró. Se sentó “en un banquito, a pensar”, y al observar todo con más calma, logró recordar el camino al reconocer el reloj de la Estación Once. Cuando era necesario, preguntaba, pero siempre ocultó esta verdad.
Después de 15 días del cambio de vida, su ánimo mejoró. Encontró el primer empleo en una pizzería. Luego, trabajó en un bar y repartía la comida en las oficinas, hasta que decidió trabajar de manera independiente. Preparaba los sándwiches y el café en su casa y salía a vender en todos los comercios cercanos a su pensión. A eso se dedicó por más de 30 años, y sus clientes se convirtieron en una familia más.
Eugenia, su amiga y tutora
Eugenia Limeses es profesora de arte y también colabora en centros de formación profesional. Ella solo conocía a Alberto o “Mandiyú”, como lo apodaron sus compañeros de trabajo, de saludarlo. “Era muy retraído, tenía miedo de que le ofreciéramos un trabajo mejor”, contó Eugenia.
Lo veía vender café y comida en las oficinas, no sabía mucho más. Durante la pandemia, Alberto no pudo volver a entrar al edificio por las medidas sanitarias, pero los trabajadores le regalaron un carro y termos para vender en una esquina de la calle Entre Ríos, cerca del edificio. “Todos lo quieren”, remarcó Eugenia que, como los demás compañeros, siente un gran afecto por “Mandiyú”.
Alberto es introvertido, pero gran parte de su timidez se debía al miedo de que las personas supieran lo que él no difundía. “Yo hacía lo que podía. Capaz que algunos se daban cuenta, pero no me decían. A nadie le decía que no sabía leer”, contó Alberto. Solo logró aprenderse de memoria su firma y el número de documento para poder completar los trámites obligatorios.
Siempre tuvo deseos de aprender, pero al sentirse muy mayor, no encontraba la manera de comenzar o pedir ayuda. “Me parecía muy difícil. Hay mucha gente que no sabe leer en las provincias. Allá (en Corrientes), si no ibas al colegio, te mandaban a trabajar”, dijo.
Eugenia quería enseñarle, pero ella tampoco se atrevía a proponérselo por temor a hacerle sentir vergüenza. Sin embargo, su vocación es enseñar y, un día, le ofreció la oportunidad a Alberto y él aceptó. El primer paso fue hacerse los anteojos para leer, que pagó gracias a la colaboración de sus conocidos.
La primera carta y un reencuentro en Corrientes
Los dos estaban enfrentándose a algo desconocido. Era la primera vez que Eugenia alfabetizaba a un adulto, aunque ya sabía de pedagogía por su trabajo de docente. Gracias a su creatividad, desarrolló métodos de enseñanza personalizados, y el esfuerzo de Alberto completó la fórmula del éxito. Las clases comenzaron en abril de 2022 y, tan solo cinco meses después, “Mandiyú” le envió la primera carta a su mamá, Sebastiana.
Antes, Alberto solo llamaba a su madre desde teléfonos públicos o la visitaba cuando se tomaba vacaciones, pero la última vez que pudo pagar un pasaje para verla fue en 2016. Ahora, gracias a la solidaridad de la gente, Alberto tiene un teléfono y aprendió a comunicarse con su familia vía WhatsApp.
Eugenia guardó todos los cuadernos de tareas para mantener un registro del progreso. Cada hoja muestra cómo se fortalece el trazo de Alberto, que ahora escribe con birome. “Es muy prolijo”, destacó, orgullosa, su tutora. La confianza del correntino también sigue creciendo: “Me siento bien, y me pregunto por qué no lo hice cuando era más joven”, reconoció.
El mundo cambió para él. Desde noviembre, le ofrecieron un trabajo mejor en el edificio donde trabaja Eugenia. Hoy ayuda a repartir papeles administrativos entre las oficinas. Además, su vida cotidiana es más sencilla: “Paso y me fijo, leo los precios. Cuando voy a la verdulería, me fijo. No leo tan rápido, pero miro”, confirmó Alberto.
Su próxima meta será comenzar la primaria en marzo de este año. “Yo pienso que voy a ir bien porque más o menos sé”, aseveró Alberto, que le pone todo su empeño a las tareas no solo para mejorar, sino para agradecerles a todos los que siempre se preocupan por él.
La magnitud del cariño por “Mandiyú” impulsó a Eugenia y sus compañeros a recaudar para regalarle el boleto de micro a Corrientes. Alberto sueña con volver a ver a Sebastiana después de tanto tiempo y celebrar con ella sus 80 años el 12 de marzo.