Efemérides comentadas

El famoso juez norteamericano Oliver Wendell Holmes fue quien sostuvo que “la Constitución dice lo que los jueces dicen que dice” y, parafraséandolo, en las palabras del gran historiador inglés Edward Carr, un hecho histórico es lo que los historiadores definen como tal, ingresándolo al “selecto club” de los hechos históricos. Yo diría que ese concepto, en la actualidad es bastante menos restringido y ya no son solo quienes se proclaman historiadores los que se reservan la titularidad a la hora de escoger los hechos. Sin ir más lejos, el llamado periodismo de investigación tiene mucho para decir al respecto.

En el caso de la Historia de Corrientes, el mes de septiembre presenta un alto número de hechos que los historiadores del pasado – en este caso Hernán Félix Gómez, quien es el que sigo – han escogido como dignos de figurar en una efemérides. La que tomo es del año 1923 y fue publicada por Gómez en el diario El Liberal, cuyo propietario, paradójicamente, era Juan Ramón Vidal. Un rótulo que hoy suena extemporáneo pensando que aquel medio de prensa pertenecía al Mas – horquero (Mantilla dixit) caudillo autonomista. Recordando cómo eran aquellos antepasados nuestros, y el gusto de los criollos por la cazurrería, a Urquiza, por ejemplo, y su perro Purvis, llamado así para poder burlarse del comandante británico de la estación naval de Montevideo, o a Rosas, con su bufón al que inflaban de aire con un fuelle y se acercaba al embajador inglés para soltar gases, lo de Liberal para nada suena tan descabellado, y, lo mismo, Gómez, que, apenas diplomado de abogado, había escrito un libelo contra Vidal titulado El Gobernador, también hubo de afrontar la ira en sordina de Vidal, que le concedió una entrevista en la cual, según es fama, lo hicieron pasar a una sala de espera donde todo lo que había sobre la mesa era un ejemplar de su libro. Por supuesto que entendió la indirecta y se retiró. No terminó allí su carrera por la gran amistad de su padre con el caudillo, pero se pasó buena parte de los años posteriores recogiendo y destruyendo hasta donde pudo la edición de aquella obra. Y también cantando las loas de Vidal a diario, como responsable de El Liberal.

PEDRO FERRÉ.

Reseñando, esto que acabo de escribir, por ejemplo, es o intenta ser una nueva interpretación de un hecho, que ya formaba parte de la legendaria historia del gran caudillo autonomista. Y de que el perdón de Vidal fue completo, no dejan dudas el sinnúmero de altos cargos que Gómez pudo ocupar en su fructífera vida, llegando incluso a desempeñarse como diputado nacional, y no más de eso porque la senaduría estaba reservada para el jefe, al punto que los empleados del Congreso Nacional cuidaban que nadie, por error o descuido, ocupase su banca.

JOSÉ GERVASIO ARTIGAS.

Pero en tren de reinterpretaciones, quiero revalorizar un hecho acaecido el 31 de agosto de 1826, cuando Pedro Ferré, siendo gobernador, liquidó la comunidad de los indios astos de Santa Lucía, poniendo sus tierras “en el comercio”, como se decía por entonces. Creo que hoy, que están tan de moda y generan tantas inquietudes y preocupaciones los “originarios”, se justifica dedicar unos párrafos al análisis de lo que actualmente quizá cabría calificar de despojo. Despojo probablemente inocente, pero real, porque la existencia de tierras comunitarias nos habla de una sociedad que desde que los evangelizadores, buenamente, la sujetaron a la tierra, con sus más y sus menos estaba acostumbrada a obtener de ella sustento en mayor o menor medida para todos, pero no tenía desarrollado el sentido de la propiedad, y las parcelas que a cada uno le tocaron en suerte en el nuevo orden, como quien dice les volaron de entre los dedos, y al igual del resto de los bienes comunales, terminaron yendo a parar a manos de comerciantes avisados. Nada para sorprenderse. Lo mismo pasaría décadas más tarde con las fracciones entregadas a los expedicionarios al desierto, que incluso terminaron zurciendo extensos latifundios, enhebrados por una casta de proveedores y cantineros del ejército, algunos de los cuales, sumados a los abastecedores de la Guerra del Paraguay, generaron grandes apellidos de la protodemocracia ochocentista.

FRANCISCO RAMÍREZ.

En fin, de todos los acontecimientos septembrinos que podría evocar para darles un enfoque aggiornado, escojo uno que tiene lugar en 1820, cuando a mediados de este mes, Francisco Ramírez, el supremo entrerriano, que ha entrado en la ciudad de Corrientes con 600 hombres, y disuelto de un plumazo la institución más potente y prestigiosa de los correntinos, el Cabildo, creado con la misma fundación de la ciudad, convoca a una elección para que se lo consagre como mandatario Supremo.

Ahora, que andamos de elección en elección, los candidatos hacen campaña por nuestros votos, y hasta hay alguno que nos está repartiendo lo que según dicen es nuestra plata, quizá resulta útil recordar aquellos comicios, donde la gente convocada a la plaza y se votaba a mano alzada para que todo el mundo supiera a qué atenerse, con un cerco de soldados con sus armas garantizando como quien dice, que se votara como corresponde.

LUCIO MANSILLA.

Desde luego que El Supremo Entrerriano ganó las elecciones, pero no por unanimidad. De aquellos correntinos que nos precedieron, once no lo votaron y se eligieron entre ellos. García de Cossio, Fernández Blanco. Los nombres de siempre.

JUAN RAMÓN VIDAL.

Los votantes rasos no corrieron la misma suerte, nada de micros ni choripanes, como en los ejércitos napoleónicos, fueron arreados entre bayonetas hacia San Roque, para ser incorporados a las huestes del Supremo. Luego, al pasar por Goya, por una cuestión disciplinaria, algunos de ellos fueron fusilados en lo que hoy es la Plaza Italia, sobre la costanera, por orden de Lucio Mansilla, el lugarteniente de Ramírez que sería el héroe de la Vuelta de Obligado.

Rescatando otra cuestión institucional, un 14 de agosto de 1824, el Congreso General correntino sanciona el segundo Reglamento Provisorio Constitucional, que por la fuerza de las circunstancias va a regir hasta el año 1856. A diferencia de las otras provincias, Corrientes no tuvo coroneles estancieros como el entrerriano, sino una minoría, un patriciado al frente de sus destinos. Para su propia época, esa Carta Magna fue realmente democrática, y resaltando sólo uno de sus aspectos singulares, le concedía la ciudadanía provincial a cualquiera que hubiera nacido en suelo americano, por cierto que con un criterio mucho más amplio que el actual, aunque muchos de sus enunciados fuesen más de forma que otra cosa.

Otra cuestión que podemos razonar comparando con nuestra propia época, es la de las vacunas. La pandemia dejó también su propia grieta, representada por los antivacunas. Las primeras vacunas que llegaron a Corrientes fueron los “vidrios” con el “pus” que envió Artigas, pero recién en 1828, Pedro Ferré estableció por decreto la obligatoriedad de vacunarse y a nadie se le ocurría que esa imposición confirmaba alguna teoría conspiranoica, aunque, por cierto, los sectores menos cultivados de la sociedad temiesen que se aprovechara para inocularles algún veneno.

Y hablando de Artigas, también fue en un septiembre del año 1850 que muere en su destierro en Paraguay, pobrísimo y valetudinario, uno de los hombres más ilustres de Sudamérica, el único reconocido y agasajado hasta en Wáshington, deberá pasar todavía largo tiempo a la espera de que su propia Patria lo reconozca como el grande que fue.

Dos años después, aprovechando que Urquiza y sus fuerzas están ausentes de Buenos Aires, Juan Madariaga voltea el poncho y hablándoles en guaraní, el 11 de septiembre subleva los batallones correntinos que han quedado de guarnición. Esa es la célebre Revolución del 11 de septiembre con la que se inicia la secesión de Buenos Aires de la Confederación.

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