Un zapato azul de taco alto. La cámara se acerca muy despacio a ras del suelo. No hay ruido, no hay brisa, la oscuridad lo devora todo menos ese zapato azul de taco alto que está justo en medio del camino. Luego de un exasperante y lento acercamiento, la lente se ajusta hasta un primer plano del zapato que permite observar su taco gastado. Se ve brillante bajo el haz de los faros de la carretera y acaso por eso los tres hombres que iban en el automóvil hacia un motel cercano lograron esquivarlo. Unos sesenta metros más adelante vieron algo más; al borde de una zanja al costado del camino se hallaba el cuerpo de una mujer boca abajo. Los hombres se asustaron: el cuerpo se estremecía y los espasmos de brazos y piernas eran tan desconcertantes que provocaban espanto. Los brazos se movían para un lado o saltaban mientras que las piernas lo hacían en dirección opuesta. Parecía una muñeca desarticulada que quería incorporarse. Tenía los pies desnudos.
Los tres del automóvil se acercaron. Era una mujer joven. Una vez en el hospital, en Oklahoma, apareció su esposo, Clarence Hughes, y la identificó como Tonya Hughes, a punto de cumplir veintiún años. Pero Tonya no era Tonya. Antes había sido Sharon Marshal pero tampoco era Sharon Marshal. Era un misterio la identidad de esa mujer que agonizaba y lo fue durante muchos años, hasta que 2014 ya no lo fue. Esa mujer había nacido con el nombre de Suzanne Marie Sevakis, pero a Suzanne le borraron el nombre, le robaron la infancia y la convirtieron en un ser aleatorio. Le sustrajeron casi todos sus años de vida hasta llevarla a la muerte, un destino casi inevitable.
¿Quién era Clarence Hughes? Era un tipo mayor y no era Clarence Hughes. No era el esposo de esa mujer; tampoco era su su amante; había sido su ladrón, su explotador, su padre postizo, su hombre, su violador, su dueño, su verdugo, una especie de mefistófeles que hablaba mal inglés y que se llevó su alma.
Suzanne Sevakis había nacido el 6 de setiembre de 1969 en Michigan. Su madre se llamaba Sandra Francis Chipman. Era muy joven y esa juventud la arrasaba. Su primer marido, Cliford Sevakis, estaba peleando en Vietnam. Ella se quedó sola, sin dinero y con una beba a cuestas a los casi dieciocho años. La vida le había cerrado todas las puertas, ni siquiera podía dejar semiabierta aquella por la cual algún día podría regresar con su marido pues temía que no volviera o que lo hiciera mutilado o loco. Sandra no veía ninguna salida.
Dos maridos, cuatro hijos para la mamá de Suzanne Sevakis
Se olvidó de Clifford Sevakis y de su guerra y se unió a Dennis Brandenburg con quien tuvo tres hijos más: Allison, en 1971, Amy, en 1972, y Philip, en 1974. Brandeburg la abandonó. Sandra tomó a sus hijos y se mudó de su precaria casa a un destartalado remolque en un parque de casas rodantes en Carolina del Norte. Había tocado fondo y no tenía ninguna mano que estrechar sino cuatro niños que lloraban por comida y se las arreglaban como podían en un espacio tan pequeño e inseguro que todo retumbaba hasta la exasperación, como el tornado que de buenas a primeras destruyó la casa rodante y se llevó todo. Ni tiempo tenía para pensar en el suicidio con uno de sus hijos tomado de su mano, otro niño de la mano de su hermano y el brazo libre de Sandra sosteniendo a al tercero. Suzanne, de cuatro años, ya no tenía lugar cerca de su mamá.
Desamparo e intemperie. Sí se dio el pequeño lujo de tener un ataque de nervios y buscó con angustia una familia a quien darle a sus hijos en adopción. Preguntó, se informó, mientras pedía comida para los pequeños, hasta encontrar la agencia del gobierno correspondiente. Al fin sus hijos estarían cuidados y alimentados. Ella los visitaría y estaría con ellos todo el tiempo posible, al menos el que tuviera libre de un trabajo que comenzaría a buscar. Poco era lo que sabía hacer, pero servir café o fregar pisos lo podía hacer cualquiera. Tenía tics nerviosos, levantaba la voz con facilidad, es decir que los nenes vivían atravesados por los retos de su madre cualquier cosa que hicieran y tenían pocas cosas para hacer más que pedirle que les rascara las ronchas o que les diera la leche. Hacía un tiempo que no se aseaban, que su madre no los peinaba. Sandra se arregló su propio cabello y llevó a todos al baño de la oficina de adopciones para lavarles rápidamente sus manos y sus caras y también aplastarles el cabello enmarañado y duro por la suciedad. Ella se pasó las manos por los muslos para alisar las arrugas de su jean. Al fin una asistente social los atendió. Tenía una ficha de Sandra y sabía de sus problemas. Con una voz tenue como un susurro le informó que en su caso lo mejor sería buscar ayuda. Sandra no entendió. ¡Pues para eso ella estaba allí!.
La breve entrevista finalizó cuando la empleada le sugirió que fuera a una iglesia para encontrar la fuerza necesaria para superar sus problemas de salud mental, es decir el estrés postraumático que sufrió cuando el tornado le llevó todas sus pertenencias. Sandra insistió que no podía ocuparse de las criaturas y que ella, además, necesitaba un trabajo. Con esa voz apagada que a esa altura de la charla se sentía como el gélido frío de un estilete, la empleada le insistió que con la ayuda de Dios encontrarìa la solución a sus problemas.
Franklin Delano Floyd, un tipo dificil
En febrero de 1960, a los dieciséis años Franklin Delano Floyd, oriundo de Georgia, vagaba por diferentes ciudades. Se metió en una armería de Inglewood, California, para robar un revólver. La alarma del local permitió que la Policía llegara rápido pero recién lo detuvo después de que el pequeño ladrón se tiroteara con los agentes. Floyd cayó con un tiro en el estómago. Su herida era grave pero sobrevivió. Al recuperarse, lo mandaron un correccional juvenil durante un año. En 1961, fue arrestado por violar su libertad condicional cuando viajó a Canadá a pescar con un amigo. En 1962 las cosas parecían enmendarse para Floyd. Consiguió un empleo en el aeropuerto Internacional de Atlanta pero semanas después secuestró a una nena de cuatro años y la violó en un bosque.
Por este caso, fue condenado a una pena de entre diez y veinte años en la prisión estatal de Georgia. En 1963, cuando lo llevaban a un centro sanitario fuera de la prisión, se escapó. Robó seis mil dólares de una sucursal del Citizens & Southern National Bank. Otra vez detenido, otra vez declarado culpable de un delito grave. Esta vez, lo enviaron al Reformatorio Federal en Chillicothe, en Ohio y de allí, por su mala conducta y dos intentos de fuga, a la Penitenciaría de Lewisburg, en Pensilvania. En este lugar, pasó de ser victimario a ser víctima de continuas y brutales violaciones. Desesperado, subió al techo de la cárcel y amenazó con suicidarse si los guardias no le garantizaban al menos un día sin abusos. Lo trasladaron a la penitenciaría federal en Marion, Illinois, y de nuevo a la prisión estatal de Georgia en 1968.
Cuatro años después, entró en un centro de rehabilitación del que salió ya en 1973, con treinta años. Una semana después de su liberación se acercó a una mujer en una estación de servicio, la obligó a subir a su automóvil y quiso violarla. La mujer pudo huir y él fue capturado. Esta vez convenció a un viejo amigo de la cárcel que le pagara su fianza. Pudo salir libre con la obligación de presentarse a una audiencia el 11 de junio de 1973. Ese día a Floyd no se le vio el pelo. Desde entonces estuvo prófugo durante décadas.
Un mes de novios y un robo para siempre
Sandra Francis Chipman, vulnerable y enferma, conoció a Brandon Williams, nombre falso de Franklin Delano Floyd con el cual se ocultaba de la justicia, en una parada de camiones. William/Floyd rondaba los alrededores esperando una oportunidad. Pero otra versión indica que se conocieron en una iglesia, que Sandra lloraba por su miserable situación y que él se acercó a consolarla. Sandra le dijo entonces que estaba a punto de perder a sus cuatro hijos. Salieron un mes y Floyd le propuso casamiento. Ella aceptó. Floyd se hizo cargo de la custodia de los chicos. Poco después, Sandra fue sentenciada a 30 días de prisión por librar cheque sin fondos en un almacén local con el propósito de comprar pañales para sus chicos. Corría 1974. No hubo piedad para ella, solamente un enorme abismo que se abría a sus pies. Ese abismo tenía un nombre y un apellido: Franklin Delano Floyd, que aprovechó la oportunidad para llevarse a los pequeños. No estaba interesado en todos ellos sino en Suzanne, de cinco años. El robo de Suzanne fue para siempre, es decir nada se supo de ella durante décadas, hasta que uno de sus zapatos, de taco alto y azul, quedó en medio de la carretera aquella en Oklahoima. A los otros hijos de Sandra, los dejó en un orfanato ese mismo año 1974. A Suzanne, la llevó a Georgia, de donde él era oriundo.
Cuando Sandra se dio cuenta que Floyd le habìa robado a sus hijos lo denunció ante la Policìa pero en el destacamento le dijeron algo sencillo y brutal: “¿Usted quién es, la madre? Pues él es el padrastro y puede hacer con ellos lo que quiera”. Si ella tenía algún problema con eso, pues no se trataba de un asunto policial sino familiar. Era su trabajo buscar una solución a los conflictos familiares.
Franklin Delano Floyd le cambió la identidad a Suzanne, que pasó todas la escuela primaria y secundaria en el estado de Georgia con el nombre de Sharon Marshall. Floyd la sometió a violaciones continuas. El era el señor Marshall, o sea se hacía pasar por el padre de Suzanne. Solamente se puede suponer la separación que la chica hacía entre su actividad en el colegio y su estadía en la tumba que significaba vivir al lado de su captor y violador.
Franklin tenía un plan para Suzanne. El sería su padre, pero tambièn haría vida marital con ella. Primero la inscribió en un colegio para que realizara sus estudios primarios y secundarios. Se las arregló para que en sus papeles figurara con el nombre de Sharon Marshall. Sus compañeros y amigos la recordarían como una chica muy linda e inteligente; era de las más populares de su clase, todos la conocían y hablaban con ella, la invitaban a fiestas aunque ella nunca organizó ninguna reunión en su casa. Floyd la violaba, la humillaba y la sometía a malos tratos físicos y psicológicos. En la mente de la chica, los recuerdos de Suzanne comenzaron a desaparecer. En su adolescencia, había logrado ser querida y aceptada en su comunidad como Sharon Marshall. Floyd logró que su verdadero nombre se fuera convirtiendo en un vago recuerdo para la joven hasta colocar a Suzanne Sevakis en el precipicio del olvido.
Facultad no, cabaret sí para Suzanne Sevakis
El deseo de Suzanne (ahora Sharon Marshall) era continuar con estudios superiores. Había ganado una beca completa en el Instituto de Tecnología de Georgia para estudiar ingeniería aeroespacial. El designio de Floyd era otro. La volvió a secuestrar, es decir la arrebató de su ambiente, de su colectividad, de sus amigos, y se la llevó a Florida. Ella vivía en un mundo cerrado, el de Floyd, él era todo, su padre, su marido, su compañero, su guía. Ese mundo podía estallar por los aires si Suzanne (ahora Sharon Marshall) comenzaba estudios terciarios. Ya no le lavaría la ropa, ni le cocinaría, ni la tendría en la cama, ni nada. Cuando ella se graduó en 1986 en la secundaria de Forest Park, en Georgia, se la volvió a llevar.
Cuando llegaron a Tampa, Floyd ya tenía en mente lo que iba a hacer. Le cambió el nombre otra vez y Suzanne dejó de ser Sharon Masrshall para llamarse Tonya Dawn Tadlock. Nada de estudios. La hizo trabajar en locales nudistas. También él se cambió su nombre por el de Clarence Marcus Hughes. La razón de no compartir el apellido era muy sencilla. Apenas establecidos llevó a Suzanne, que fue Sharon y ahora era Tonya, al registro civil y se casó con ella. La volvió a transformar, esta vez en la señora Tonya Dawn Tadlock de Hughes. Era 1989.
No habría ingenierìa aeroespacial para ella. Le esperaba un trabajo de prostituta y desnudista en diversos clubes aunque la mayor parte del tiempo, de 1986 a 1989, concurría al preferido de Floyd llamado Mons Venus. En 1988, tuvo a su bebé Michael cuyo apellido fue el fantasioso Hughes. Floyd no era su padre (se ha dicho en el curso de la investigación del caso Sevakis que ella tuvo, además, una niña, que llamó Megan, que fue dado en adopción a poco de nacer).
En Monte Venus, Suzanne conoció a Cheryl Commesso, otra striper, que se convirtió en su mejor amiga. Los vecinos describían a Cheryl como una chica simpática que concurría al menos tres veces por semana a la casa de Suzanne o Sharon o Tonya, como la conocían ahora. Decían que Cheryl siempre estaba bien vestida y que saludaba a todo el mundo. Su buen ánimo desaparecía apenas entraba en la casa donde vivía Floyd y su esclava. El degenerado las obligaba a realizar videos porno o sesiones de fotos de la misma naturaleza para su propio placer.
La última vez que se la vio a Cheryl Commisso fue en las afueras del club Mons Venus mientras tenía una fuerte discusión con Floyd que llegó a pegarle una trompada en la cara. Cheryl desapareció y al tiempo sus allegados denunciaron su ausencia. Nada se sabría de ella durante cinco años. Floyd destruyó toda evidencia que pudiera relacionarlo con Cheryl incluso el propio cuerpo de la muchacha. Escapó de Florida con Suzanne y su bebé, le prendió fuego a su remolque y se dirigió a Oklahoma.
Floyd continuó en su nuevo destino con la misma vida que había tenido en Florida, es decir vivir de los ingresos de Suzanne como prostituta. Ella ingresó en otro club nocturno manteniendo el nombre de Tonya Hughes. Ya su hijo Michael tenía dos años.
Suzanne habrá intuido su final. Se enteró, según le contó, por ejemplo, a su compañera, la bailarina Karen Presley, que Floyd había contratado un seguro de vida a su nombre por mucho dinero y que estaba aterrada porque creía que Floyd la iba a matar para cobrar ese dinero. En abril de 1990, Suzanne había decidido fugarse con Kevin Brown, un estudiante universitario con el que tenía una relación secreta, y llevarse a Michael.
¿Fue Floyd quien la atropelló en el camino? Se determinó que a Suzanne Sevakis la arrollaron de atrás, mientras ella salía de un almacén y se dirigía a un motel. No hubo rastro alguno que permitiera identificar al automóvil que la artropelló y mucho menos a su conductor. Floyd declaró, como marido de Suzanne, que él se había quedado dormido y no advirtió que ella no había regresado sino hasta la mañana siguiente.
Michael
Luego de la muerte de Suzanne, Floyd dio a Michael en adopción y realizó otro de sus actos de desaparición. El chico, por su parte, fue a la casa del matrimonio de Merle y Ernest Bean. En 1994 esta pareja pidió oficialmente la adopciòn del nene. El 12 de septiembre de 1994, Floyd entró en la oficina de James Davis director de Escuela Primaria Indian Meridian en Choctaw, Oklahoma. Le dijo que era el padre de Michael Hughes, entonces de seis años. Estaba muy nervioso. Entonces sacó un arma y amenazó con matar a Davis si no lo llevaba al aula donde Michael estaba en clases. Floyd siguió al director hasta el aula y sacó al chico. Se lo llevó junto con Davis. Los obligó a subir a la camioneta del director y le ordenó al profesor que codujera hacia el campo: En cierto punto le ordenó que se detuviera. Lo hizo bajar del vehículo y le dijo que caminara hacia un bosque cercano. Después lo ató a un árbol y lo abandonó. James Davis fue rescatado varias horas después.
Pasaron dos meses desde este secuestro y no hubo noticias ni de Floyd ni de Michael. Floyd finalmente fue arrestado en Louisville, Kentucky, pero Michael no estaba por ningún lado y no apareció más. La Policía se encontró en un laberinto. Debieron pasar muchos años hasta que se enterara que Hughes no era Hughes sino Franklin Delano Floyd. Que era un delincuente consumado desde al menos los decieseis años. Que ahora pasaba los cincuenta. Que en treinta años había usado decenas de alias o nombres falsos. Que Michael no era su hijo. Que la que decía que era su mujer, aquella joven que fue arrollada en un camino de Oklahoma cerca del motel donde vivìan, no era su esposa ni su hija sino una víctima que él había raptado cuando era muy chica y que mantuvo secuestrada y dominada psicológicamente durante veinte años. Que fue su esclava sexual y que se había casado con ella. Que era un pedófilo. Que la habìa explotado en caberets. Que esa chica no era Tonya ni Sharon sino Suzanne Sevakis, raptada en 1974. También, que este mismo hombre, Floyd, podía haber asesinado a Michael.
Algunas declaraciones de testigos refirieron que Floyd le habría dicho a su hermana y a otras personas que ahogó al niño en la bañera de un motel en Georgia poco después de sacarlo de la escuela. Otro testigo afirmó que vio a Floyd enterrar el cuerpo de Michael en un cementerio, aunque este dato jamás se pudo corroborar. Otras versiones hablaron de que Floyd había declarado que Michael todavía estaba vivo y a salvo, aunque se había negado a revelar la ubicación exacta del niño o quién lo estaba cuidando. Recién en una entrevista con el FBI, en 2015, admitió que había asesinado al nene de dos tiros en la nuca el mismo día del secuestro.
Poco después que Floyd matara a Michael, hubo un avance en un viejo caso, el de Cheryl Commesso, la compañera striper de Suzanne Sevakis. Seis años después de su desaparición, en 1995, sus restos fueron hallados en un área cerca de una carretera en el condado de Pinellas, en Florida. La identificaron un año después y un anrtropólogo forense determinó que le dieron una golpiza y le pegaron dos disparos en la cabeza.
Un descubrimiento fortuito
En marzo de 1995, un mecánico de Kansas encontró un sobre grande metido entre la caja de un camión que había comprado en una subasta. En el sobre, había 97 fotos, incluidas muchas fotografías de una mujer atada y brutalmente golpeada. La policía rastreó el camión hasta Franklin Delano Floyd, quien lo había robado en Oklahoma en septiembre de 1994 y lo abandonó en Texas al mes siguiente.
Se compararon las fotografías de la mujer herida con Commesso y encontraron que la ropa en las fotografías era similar a los jirones encontrados cerca de los restos de Cheryl. El forense también comparó las lesiones que se veían en la foto con el pómulo de Commesso y descubrió que eran las mismas heridas. Muchas fotos contenían imágenes de muebles y otras pertenencias identificadas como pertenecientes a Floyd. Esto permitió juzgar a Floyd por el crimen de Cheryl Commesso. Lo condenaron a muerte en 2001.
Otras fotos halladas en el camión mostraban el abuso sexual contra Sevakis desde que era niña. Había fotos de ella en poses sexualmente explícitas a distintas edades, ya desde los cuatro años, cuando Floyd se la sacó a su madre.
Franklin Delano Floyd murió mientras estaba en el corredor de la muerte el 23 de enero de 2023. Tenía 79 años.