La playa es mar. La playa es sol. La playa es familia, amigos, arena, tejo, fútbol, voley; es alguna que otra insolación y un par de picaduras de aguavivas. ¿Qué más? Nos falta algo fundamental… ¡Ah, sí! Que ir a la playa es, también, pedirse un buen churro de dulce de leche.
Pasa que en la playa es como si esta delicia tuviera otro gusto. Uno mejor, más exacerbado, más dulce. Cuando algo es tan bueno es común preguntarnos de dónde viene.
¿Cuál es el origen del churro?
Como ocurre con las recetas antiguas, no existe una historia oficial sobre el origen del churro. Hay, en consecuencia, muchas teorías sobre el contexto en el que se creó.
Entre todas las leyendas asociadas al churro hay una que resuena más y se planta más verídica que las demás. Según ella, la primera aparición de este postre/merienda sucedió en China como variación del “youtiao“.
El youtiao, por su parte, fue la base de los primeros churros porque, al igual que estos, se trataba de una masa frita que se consumía en el desayuno.
¿Cómo llegó a Argentina?
Con el paso de los años, la receta se extendió por todo el mundo. Uno de los primeros países en recrearla fue España; justamente por eso se lo considera, de forma algo errónea, el país que inventó el churro.
Pronto Portugal también empezó a preparar sus propias recetas. Rápidamente estas avanzaron por Europa, cruzaron los océanos y, junto con la versión española, se empezaron a vender en casi todo el planeta.
Si consideramos la historia colonial de nuestro país y del resto del continente americano, podemos entender fácilmente cómo fue que el churro fue acuñado de forma local. Un par de modificaciones después —y sobre todo una crucial indagación en el dúo dinámico del churro-dulce de leche—, el postre era algo intrínseco a la cultura argentina.