Hay máxima tensión en el área. El peligro latente de una guerra regional. Los antecedentes de Libia, Irak y Afganistán.
Tras la amenaza directa de Donald Trump a Teherán y su pedido de “rendición incondicional”, la guerra entre Israel e Irán entró hoy en un terreno de máxima tensión que puede derivar en una ampliación del conflicto y hasta la caída final del “régimen de los ayatolá”.
Alí Jamenei está en la mira. El líder supremo iraní, escondido en algún búnker junto a su séquito de guardaespaldas, fue amenazado en forma directa por el presidente estadounidense.
“Sabemos exactamente dónde se esconde el llamado ‘Líder Supremo’. Es un blanco fácil, pero está seguro allí. No vamos a sacarlo (ímatarlo!), al menos no por ahora. RENDICION INCONDICIONAL!“, escribió Trump en su plataforma Truth Social.
Por si quedaba alguna duda, se trató de un involucramiento total de la Casa Blanca en el conflicto. Trump no solo respalda el objetivo israelí de aniquilar el potencial nuclear iraní, sino que además amenaza al poder político para abrir el camino a un derrocamiento del gobierno de los ayatolás.
De hecho, esta semana trascendió que el propio Trump había vetado un plan israelí para matar a Jamenei. Pero hoy se conoció que su rechazo fue solo “por ahora”.
“El objetivo de mínima de Israel es la destrucción del poderío nuclear. El de máxima es el cambio de régimen”, dijo el analista internacional Mauro Enbe.
El peligro de una regionalización de la guerra
Pero Irán no suele aceptar amenazas, aunque toma nota. “El programa nuclear de Irán puede terminar gravemente dañado, pero también puede llevar a quienes toman las decisiones a utilizar los activos que aún quedan como armas”, advirtió el analista Ali Vaez, especialista en temas iraníes del Crisis Group, una ONG internacional encargada de la resolución de conflictos.

Para Vaez, “un régimen que considera que la opción que tiene ante sí es rendirse o luchar puede optar por la última opción, ampliando el conflicto y atacando los intereses, activos y a los aliados de Estados Unidos”.
La regionalización del conflicto sería entonces inevitable.
Descontento popular y grave situación económica
Otro punto a tener en cuenta es la situación interna iraní. Enbe recordó que en Irán “hay una resistencia popular bastante grande al régimen desde hace varios años, con fuertes protestas”, en especial en Teherán y otras grandes ciudades. Esas protestas aumentaron en 2022 tras la muerte de la joven Mahsa Amini, bajo custodia de la policía de la moral tras ser detenida por usar en forma incorrecta el velo obligatorio.
La situación interna se agravó además por una severa crisis económica. En ese clima de tensión, el gobierno iraní entendió que debía impulsar ciertos cambios ante el creciente descontento social.
“Hoy el presidente es reformista (Masoud Pezeshkian), Pero es reformista en tanto y en cuanto su candidatura fue aceptada por el Consejo de Guardianes, un organismo religioso elegido por el líder supremo. Es un presidente que habla más de economía, pero no es el fundamentalista de (su predecesor, Ebrahim) Raisi. Se dieron cuenta de que había que hacer cambios y pusieron a un tecnócrata en el gobierno. Pero no se esperaban el ataque de Israel“, dijo.
Los antecedentes de Irak, Libia y Afganistán
Pero los antecedentes de revoluciones y cambios de régimen en el área no son los mejores.
Vaez dijo que una regionalización del conflicto podría desencadenar una “desestabilización” del gobierno iraní y llevar a una ”transición rápida similar a la de Siria en 2024, Libia en 2011 o Irak después de 2003″.
Estos antecedentes “ofrecen resultados menos prometedores: instituciones colapsadas que crean un vacío peligroso en el corazón de una región crítica para los intereses y socios de Estados Unidos. No sería la primera vez que los avances de Estados Unidos y sus aliados terminan en desgracia”, alertó.
Enbe redorcó que “los ayatolá llegaron al poder por una rebelión popular en 1979 (que derrocó al Sha, Mohammad Reza Pahleví). Estas revoluciones se sabe como empiezan pero nunca como terminan. Se les puede ir de las manos“, advirtió.
En diálogo con , el también analista internacional Juan Negri coincidió: “En general este tipo de experimentos no sale bien”. “Estos líderes autoritarios (como Jamenei), por más que nos cueste admitirlo, son el talón que garantiza cierto orden”, opinó.
Ese escenario se vio en Irak tras la invasión estadounidense y la caída y posterior ahorcamiento de Saddam Hussein. El país entró entonces en el caos y posibilitó la entrada del grupo terrorista Estado Islámico en un vasto territorio.
Los mismo sucedió con Libia tras la destitución y linchamiento de Muammar Kadafi en 2011. Una guerra civil se desató casi de inmediato, al igual que en Siria tras el intento de derrocar a Bashar al Assad en 2011. Desde entonces pasaron 14 años de un conflicto sangriento que dejó medio millón de muertos hasta la salida final del gobernante a fines del año pasado. En el medio se creó el temible Califato Islámico entre Siria e Irak.
“Cuando esos liderazgos desaparecen, lo que viene es peor. Guerra civil como en Libia, insurgencia constante como en Irak o Afganistán. El ayatolá nos puede parecer lo peor que hay, pero si se pone el pie en el hormiguero puede ser muy peligroso”, graficó Negri.