Massa manda a Rubinstein a poner la deuda en el medio de la campaña

El Viceministro salió a confrontar con los economistas de Juntos por el Cambio. Se debate si es peor la deuda en dólares o en pesos, para no hablar de la inflación. ¿Quieren devaluar a Messi?

Cada vez que le preguntan a Sergio Massa si va a ser candidato a presidente, él responde que no. Que es un tema que por ahora no le preocupa. Que su cabeza está en el ministerio de Economía y en los flancos débiles de la Argentina: la altísima inflación; la pobreza extrema, el endeudamiento en dólares y en pesos, y la falta de reservas monetarias en el Banco Central. Con ese panorama y con esas cifras escalofriantes, cualquier dirigente sabe que es imposible aspirar a convertirse en presidenciable.

El único que afirma en público que puede ser candidato a la reelección con estos indicadores de terror es el presidente, Alberto Fernández. Como si su gestión no fuera camino a convertirse en la peor de los cuarenta años de democracia recuperada que se cumplen en diciembre. De todos modos, nadie lo toma en serio. Ni siquiera, sus mejores amigos.

Massa transita por un camino más prudente. Cuando habla con otros dirigentes, con los empresarios o con diplomáticos de otros países, explica que esperará al menos hasta abril para saber si está en condiciones de ser candidato a presidente. Cree que si para entonces la inflación se ubica en el orden del 3% mensual, tendrá una pequeña oportunidad de competir. Tiene a su favor una gran ventaja: con Alberto en Disneylandia y Cristina Kirchner condenada por corrupción, el Gobierno no tiene a nadie en condiciones de darle batalla a la oposición. El abismo está ahí.

Se sabe que la verdad número 21 del peronismo es hacer lo que sea para no volver al llano. Los peronistas le temen más a estar lejos del poder que a la traición. Por eso, prueban cada camino para mantenerse en el poder. Caiga quien caiga, ha dicho Perón.

Hasta Cristina y Mauricio Macri, sus enemigos más notorios, le reconocen a Massa su conocimiento del Estado y su habilidad para mantenerse en equilibrio cerca del poder. El ministro sabe que con la inflación actual le será imposible ganar las elecciones a cualquier candidato oficialista. El costo de vida de enero estará cerca del 6% porque los alquileres, la electricidad, el costo del agua y del transporte han hecho subir la inflación, después que en noviembre fuera del 4,9%, y en diciembre tocara el 5,1%.

“Si Sergio lleva la inflación al 3% mensual es candidato nuestro por aclamación”, explica con resignación un funcionario muy cercano a Cristina. No es lo que está ocurriendo, al menos hasta ahora. Por eso, el ministro de Economía ha puesto en marcha una estrategia audaz que saque a la inflación del primer plano.

El gambito consiste en plantear como discusión central el endeudamiento de la Argentina. La crisis financiera de 2018 obligó a Macri a hacer una acuerdo de apuro con el Fondo Monetario Internacional por U$S 45.000 millones. Esa zozobra y la suba del dólar a poco más de 50 pesos marcaron el final de su gestión. Aunque el dólar blue cruzó esta semana la barrera de los 380 pesos, Massa (también Alberto y Cristina) cree que el mal recuerdo de los últimos meses del macrismo dañarán las posibilidades de cualquier candidato de Juntos por el Cambio.

Claro que el ministro de Economía no quiere dar esa pelea personalmente. En el anochecer agitado del martes sorprendió la aparición del secretario de Programación Económica, Gabriel Rubinstein, en ese reino de la oscuridad que es Twitter. El especialista en macroeconomía hiló diez mensajes para ensalzar la gestión de su jefe y bombardear las estadísticas del macrismo.

No era una maniobra casual ni tampoco inocente. Rubinstein arrobó a Hernán Lacunza, a Luciano Laspina, a Eduardo Levy Yeyati y Cristián Surt. Los cuatro forman parte de la mesa económica de Juntos por el Cambio y, un día antes, habían alertado sobre la bomba económica y financiera que el Gobierno le estaba dejando al que lo suceda en la Casa Rosada. Se trataba, claramente, de la primera señal de Massa en modo campaña.

“Endeudarse en dólares es más riesgoso que endeudarse en pesos”, arrancaba uno de los tuits de Rubinstein. El economista ha sido siempre un jugador compulsivo de la red social de Elon Musk y varios de sus mensajes metafóricos estuvieron a punto de dejarlo afuera del Gobierno antes siquiera de asumir.

Fue cuando salió a la luz, entre otros mensajes igual de picantes, aquel que decía: “Para mi, sumarse al kirchnerismo sería como decir: `Soy un idiota´, pero vivan Néstor y Cristina, carajo”. Aunque lo había escrito en septiembre de 2014, debió pedir disculpas públicas para que Cristina lo admitiera en el equipo.

Como funcionario, Rubinstein ha sido más cauto en las redes. Sin embargo, Cristina lo sigue de cerca. “Que lo haga callar al viejo”, es el mensaje enternecedor que Massa recibe de tanto en tanto desde el Instituto Patria. De todos modos, ahora que necesitan cambiar el eje de la discusión económica, le han encomendado dar la batalla “ideológica” contra los economistas cambiemitas.

Con más elegancia académica que la de Alberto o la de Máximo Kirchner, Rubinstein criticó el acuerdo con el FMI macrista y les reclamó a sus colegas opositores que ayuden a reducir el déficit primario. La idea de plantear el endeudamiento en pesos como una variante superadora del endeudamiento en dólares es, por lo menos, riesgosa. En dólares o en pesos, el endeudamiento es una enfermedad crónica de la Argentina y la historia reciente está llena de ejemplos desgraciados con las dos monedas.

En 1989, la hiperinflación que adelantaría en seis meses la salida del poder de Raúl Alfonsín se inició con la debacle de los instrumentos financieros en pesos. Y qué decir de la renuncia traumática de Martín Guzmán, quien debió abandonar el ministerio de Economía porque los inversores dejaron de renovar los vencimientos en pesos. Aunque la locura argentina lo haga parecer lejano, Guzmán también fue ministro de Alberto.

El último ministro de Macri, Hernán Lacunza, le salió a responder por la misma vía: el polígono de tiro al blanco de Twitter.

“Hola @GabyRubinstein ¿Vos decís la deuda del Tesoro que aumentó USD 83.200 millones entre noviembre 2019 y diciembre 2022, y USD 33.000 millones el año pasado?, ¿o la del Banco Central que subió USD 40.200 millones a diciembre 2022?”, contratacó Lacunza, quien criticó el uso de la emisión monetaria para financiar los sistemas alternativos de endeudamiento tradicional. El debate por la deuda estaba en marcha, y después se sumaron ex funcionarios y economistas.

El billete para devaluar a Messi

Entre ellos, sorprendió Luis “Toto” Caputo, que pasó del ministerio de Finanzas al Banco Central, y que hasta su llegada al gobierno de Macri era conocido como “el Messi de las finanzas” por su reconocida experiencia en la banca privada. Se sabe que, en el gobierno anterior, no pudo ganar ningún campeonato.

“Por ser un incumplidor serial de sus compromisos desde hace más de 100 años, Argentina no se endeuda necesariamente en la moneda y en el plazo que quiere, como lo hacen la mayoría de los países, sino en el que puede”, señaló Caputo, quien calificó el endeudamiento en pesos del que se ufana Rubinstein como “una falsa desdolarización que no es otra cosa que la consecuencia de haberse endeudado con alta inflación”. Si la estrategia de Massa es matizar las críticas a la inflación con el debate por la forma de endeudar al país, el objetivo logra una cuota razonable de éxito.

Incluso apareció desde el sector oficialista el economista Emmanuel Alvarez Agis, un kirchnerista moderado de buena relación con los mercados. Quizás tan amistosa que por eso Cristina le impidió la llegada al ministerio de Economía cuando su nombre sonaba para reemplazar a Guzmán. “La deuda en pesos no representa ningún problema para la Argentina”, explicó, para acusar de irresponsables a sus colegas de Juntos por el Cambio.

En plan denuncia, Alvarez Agis dijo también que Lacunza y Sandleris (Guido, ex titular del Banco Central en el epílogo del macrismo) “me llamaban para pedirme por favor que le pusiéramos un techo al dólar post PASO, y Alberto le puso un techo al dólar pagando un costo político altísimo por eso”.

Más allá de los misiles de campaña, Alvarez Agis planteó una cuestión que se repite en la Argentina y es la de la ausencia de responsabilidad en los finales traumáticos de los gobiernos, cuando las estrategias económicas de campaña terminan golpeando sobre los sectores más desprotegidos de la sociedad.

Hay que decir al respecto que el peronismo ha sido más salvaje estando en la oposición que el resto de los sectores políticos. En 1989, plena crisis económica de Raúl Alfonsín, quien sería el futuro canciller de Carlos Menem, el fallecido Guido Di Tella, llegó a anunciar que con el peronismo habría un “dólar recontra alto”, frase que hizo volar por los aires la cotización de la divisa estadounidense y que aceleró la salida del presidente radical.

Tampoco ayudó a la transición, en el asunción de Macri en 2015, que Cristina Kirchner se negara a entregarle los atributos del poder al nuevo presidente con la excusa de que no tenía la legitimidad que le habían otorgado las urnas. Aún hoy, la Vicepresidenta sigue intentando justificar su condena judicial farfullando que quienes detentan el poder real son los jueces, los empresarios y los medios de comunicación que no le responden.

Por eso, los diez meses que restan hasta el cambio de gobierno en la Argentina son un nuevo período de prueba para las instituciones desgastadas del país en bancarrota. La bomba, sobre la que advirtieron los economistas de Juntos por el Cambio, será menos destructiva si la cubren con un manto de responsabilidad dirigentes de todos los sectores políticos. Una expresión de deseos que se mantiene en el nivel de la utopía

La cuota más pintoresca de surrealismo la brindó esta semana la presidenta del Banco Nación, Silvina Batakis, quien reveló que están evaluando sacar un billete de 10.000 pesos con un homenaje al Mundial de Fútbol y con la cara de Lionel Messi. Como ministra de economía, la profundidad de la crisis la obligó a renunciar a las tres semanas. Y ahora se entiende porqué.

Todo mientras el Gobierno demora la impresión del billete de 2.000 pesos para que la sociedad no advierta tan fácilmente el impacto de la inflación. Quizás Messi, el mismo que se negó a pasar por la Casa Rosada durante los festejos de la Selección con los argentinos, termine siendo otra víctima de la devaluación.

La economía nuestra lograría así provocarle el daño que no pudieron hacerle ninguna de las derrotas del fútbol. Sería mejor que Messi, al menos él, quede al margen de tanta decadencia.

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