EL PRIMER PRESIDENTE DE LA POSVERDAD: EL ALGORITMO DE YRIGOYEN

(Por Marcelo Ibarra) – Análisis del discurso presidencial a partir de su correlación con la narrativa norteamericana de los «Pilgrim fathers».

Se ha insistido muchísimo en los días previos al discurso presidencial de apertura de las sesiones ordinarias en el Congreso sobre el encapsulamiento de Javier Milei, adoctrinado por el “algoritmo de Yrigoyen”, una especie de remake de la caracterización que hicieron los golpistas del primer presidente radical. Según el saber popular, Don Hipólito, el “Peludo”, encerrado en su cueva se anoticiaba de la realidad a partir de noticias creadas ad hoc, que no lo perturbaran ni le demostraran el clima de conflictividad que se vivía en el mundo exterior. Una realidad manipulada similar le presentarían los trolls con cuentas verificadas en la red social X, anteriormente conocida como Twitter.

Causa o consecuencia de este fenómeno, el Presidente finalmente habló en el Congreso. Partió de culpar al “populismo” por la alarmante estadística del 60 por ciento de la población bajo la línea de la pobreza, los salarios en dólares más bajos del siglo XXI y la inflación. Sin hacerse cargo de su devaluación del 120 por ciento en su primera semana de gestión, de emitir pesos en un trimestre el equivalente a lo que Alberto Fernández emitió en dos años, de liberar todo tipo de control de precios sobre tarifas y mercancías, que hizo disparar la inflación 16 puntos porcentuales en 30 días, siendo más chavista que el gobierno venezolano al que pone de antítesis.

Pero no es esta la atrocidad más grande de su discurso, ni siquiera lo es el chiste fallido que ni los aplaudidores rentados le festejaron sobre la relativización de los 30.000 desaparecidos. Lo más grave es su desubicación en espacio y tiempo, su posicionamiento fuera del lugar histórico que le ha tocado. Evidentemente, ni Mauricio Macri era capaz de enunciar semejante nivel de burradas; era chabacano, pretendidamente popular, lisonjero, chauvinista y chicanero, sobre todo para refregar en la cara de los demás los éxitos deportivos de Boca, pero sabía el lugar de la Argentina en el mundo, que San Martín era un prócer, aunque debió sentirse “angustiado” por emprender la independencia.

Milei no es nada de eso. Parte de un marco conceptual totalmente descolocado. No habla de próceres, habla de “Padres Fundadores”, en clara equiparación con los Estados Unidos, donde la narrativa oficial imaginó que la nación había sido fundada por un grupo étnico definido, los “Pilgrim fathers”, blancos y anglosajones. Es decir, el grupo étnico “superior” existe primero y le da existencia después a la nación. Luego, la nación incorpora, integra, acepta a las “minorías”, dando como resultado una sociedad pretendidamente multirracial. Pero es eso: grupos étnicos minoritarios “integrados”, con su cultura particular, y que no cuestionan el papel fundacional ni la supremacía de los anglosajones blancos.

Pero esta narrativa colonizada que intenta imponer Milei, con un atril que simula al de Estados Unidos, no tiene nada que ver con la historia de la Argentina ni de América Latina. Aquí, la sociedad se pensó antes desde la mezcla que desde la separación. Simplemente, se rechazó el dominio del rey español, la soberanía quedaba en manos del pueblo y allí los descendientes de los conquistadores tuvieron que lidiar, negociar, pactar, acordar con criollos, indios, mulatos, libertos, en una sociedad abigarrada, mezclada, indeterminada étnicamente.

El proceso independentista latinoamericano es súper complejo y extenso, ya que abarca desde la Revolución de Haití en 1791 hasta la independencia de Cuba en 1898, con proclamas brillantes como la libertad de vientres por la Asamblea del Año XIII o la tardía abolición de la esclavitud en Brasil recién en 1888. Por eso, el nacimiento de los estados latinoamericanos fue simultáneos a la etnogénesis. La palabra “gaucho”, de la que deriva el “guacho”, da cuenta del hijo de una india con un blanco conquistador y abandónico. El término “criollo” reflejaba también esta indeterminación y ambigüedad, ya que nació como una manera de aludir a los negros nacidos en América y se extendió para denotar una población mestiza o cualquiera nacido en el continente, del origen que fuese.

Lejos de “Padres Fundadores” y minorías integradas, las narrativas nacionales de nuestro continente tuvieron como eje la mezcla. México se imaginó como una nación “mestiza”, Brasil como una “democracia racial”, “trigueña” como Puerto Rico o “café con leche” como Venezuela.

La idea de una Argentina blanca y europea pretende imaginar una nación a espaldas del continente. Es una referencia a aquella idea de Juan Bautista Alberdi de que “en América Latina, todo lo que no es europeo, es bárbaro”. Cabe señalar que a “Las Bases”, espíritu del texto constitucional de 1853, el subsuelo de la Patria sublevado le antepuso, casi un siglo después, una Constitución de vanguardia, la de 1949. No vaya a ser cosa que tanto fanatismo por la propiedad privada, por asignarle un carácter mercantil a todos los aspectos de la existencia, tanta apología a los Falcon verdes, tengan el efecto contrario, justamente a un siglo de hitos fundacionales de la Nación Argentina: Reforma Universitaria, rebelión de peones en la Patagonia, creación de empresas estatales para la explotación del petróleo.

Comentarios de Facebook