(Corresponsalía Buenos Aires) – La aparente calma financiera que alimenta la imagen de la gestión actual contrasta con un escenario socioeconómico cada vez más alarmante: el consumo se desploma y los salarios mínimos muestran una pérdida de poder adquisitivo peor que en el fatídico 2001.
En octubre, el consumo cayó más del 20% en comparación con el mismo mes del año pasado, de acuerdo a un relevamiento reciente. Todas las categorías de productos mostraron bajas significativas, destacándose las caídas en artículos considerados “impulsivos” (-29,1%), seguidos por higiene y cosmética (-25,8%), bebidas alcohólicas (-22,3%) y productos alimenticios esenciales como desayunos y meriendas (-19,3%).
Las grandes empresas del sector reconocen que la recuperación de los niveles de venta previos podría tardar años. Sin embargo, señalan que una reactivación será imposible sin una mejora sustancial en el poder adquisitivo de los salarios.
Desde finales de 2023 hasta octubre de 2024, el salario mínimo perdió un 28,4% de su valor real, acumulando una contracción cercana al 50% respecto de finales de 2015. Este retroceso histórico sitúa al salario en niveles inferiores a los de la década de 1990 y la crisis de la Convertibilidad, cuando su función como herramienta para combatir la desigualdad salarial había quedado relegada.
En términos prácticos, la situación es devastadora: el salario mínimo apenas alcanza el 54,3% de la canasta básica alimentaria que define la línea de indigencia para una familia tipo y poco más del 25% de la canasta básica total que establece la línea de pobreza.
El deterioro del poder adquisitivo no comenzó con la actual administración, pero su gestión lo ha profundizado. Según estimaciones, si el salario mínimo hubiera mantenido su poder de compra desde 2015, hoy estaría en niveles superiores a los 590.000 pesos, lo que equivaldría a más del 143% de la canasta alimentaria.
El impacto es evidente en los hábitos de consumo: los hipermercados se han visto obligados a mantener descuentos del 25% sin tope de reintegro para atraer clientes, mientras que los mayoristas recurren a ofertas agresivas para evitar pérdidas.
El modelo económico en curso enfrenta un desafío monumental: revertir un proceso de precarización que golpea directamente el bolsillo de los argentinos y afecta el motor esencial de cualquier economía, el consumo.